La televisión con el oráculo.
Las drogas con la salida.
Si me desnudo en un museo nadie entenderá mi obra de arte.
Una doble penetración ya no me la pone dura dos veces.
Dejé de pertenecer a este mundo el día que dejé de ver el telediario.
A mi lado, alguien se ha dejado un libro de proporciones no humanas. Un tocho llamado "Los 1001 discos que tienes que escuchar antes de morir". El libro está escrito por dos valientes pedantes: un tipo llamado Robert Dimery con la colaboración de un tal Michael Lydon. Por supuesto, según la portada, críticos de profesión, sibaritas y auténticos expertos musicales. El empuje del título me parece un acierto. A parte de atreverse a tutear a todo el mundo, son capaces de apostar con la muerte que su criterio es infalible. Es una pena que ambos autores sean unos farsantes. Ni Robert ni Michael han escuchado todos los discos sobre los que hablan y aconsejan sin piedad. Porque, evidentemente, si Robert y Michael hubieran escuchado todos los discos que hay que escuchar antes de morir, los 1001, con todas sus canciones, ahora ellos estarían muertos y enterrados. Lógico. Un vistazo rápido a la Wikipedia les desenmascara para siempre.
Lo sé. Hay más libros: "Los 1001 cuadros que tienes que ver antes de morir". "Las 1001 películas que tienes que ver antes de morir". Y mi preferido : "Los 1001 viajes que tienes que hacer antes de morir". Libros mortuorios, embrujados y fúnebres.
Imaginemos que quiero hacerles caso a todos para así poder morir tranquilo. Tengo que organizarme. Tengo que viajar, diariamente, por una ruta estudiada a la perfección, que tenga en cuenta los museos dónde hay que ver los cuadros que una persona viva no puede permitirse no ver. Por la noche, en los hoteles, o mientras viajo, leo los libros recomendados y miro las películas en un portátil y por si fuera poco, no me separo nunca de mi i-pod con toda la música indispensable. En 2-3 años calculo que habré leído, escuchado y visto todo lo que hay que ver, escuchar y leer según los "gurús del 1001" y por lo tanto, podré morir tranquilo pleno de cultura y lleno de gozo por haber aprovechado mi vida con todo su esplendor y grandeza. Así de fácil.
Sinceramente, yo creo que habría que destilar un poco más las listas de cosas que hay que hacer antes de morir. 1001 son muchísimas. Habría que esforzarse a escribir obras mucho más arriesgadas, como ¨Los 101 discos que hay que escuchar antes de morir" o, porque no atreverse con "Los 25 discos que hay que escuchar antes de morir". Y finalmente, por supuesto, alguien tendría que atreverse a escribir el libro más perturbardor que jamás se ha escrito sobre la música. Se llamaría: “El único disco que tienes que escuchar antes de morir”. Curiosamente Joy Division siguen sonando en mi habitación...
Obsesión. El médico ha sido clarísimo con su diagnóstico: obsesión obsesiva grave. Un par de gotas diarias de Rivotril 20mg (anti-epiléptico), mucho reposo y algunos ejercicios de relajación me ayudarán a superarlo.
Llegó a casa pero no sé que hacer. La pornografía: prohibida, las drogas:prohibidas, el alcohol: prohibido. Me quedan pocas cosas, leer un libro, ver una película, lavar los platos, comer una manzana… Me siento engañado por la vida y me hundo hasta el fondo de mi sofá, a la altura de las bolitas de pelusa y las monedas perdidas. Cierro los ojos temiendo que en cualquier momento empiece otra crisis.
Al cabo de unos pocos minutos soy atacado por mi obsesión: la imagen abierta, voluptuosa y encarnada de tu vagina.
Corro a la cocina y ingiero 7 o 8 gotas directamente del bote de Rivotril . "Nunca ingiera directamente de la botella" rezan las instrucciones. Su sabor dulce me tranquiliza. Apoyo la cabeza en el mármol e intentó relajarme. Oigo a mi psiquiatra sermonearme. "Tiene que cambiar sus imágenes por otras más tranquilizantes": Uno, dos, tres… Prados verdes, montañas nevadas, paisajes abiertos , tu monte de Venus, rasurado triangular que corona la vulva abierta, desafiante y prometedora de tu vagin.... Me golpeo en la cabeza, grito y huyo por toda la casa pero mi locura me lleva ventaja. Desmonto el dosificador del Rivotril y consumo a chorro, de un trago, la mitad del frasco. Tengo que acabar con esta locura sexual.... Poner orden en mi cabeza… alejar los pensamientos….Pongo música clásica y me tiro sobre la alfombra. Uno, dos tres…prados verdes, césped recién cortado, flores, nubes y cielos azules... La sobredosis de medicina empieza a calmarme, las piernas me flojean y mi columna vertebral se convierte en gelatina temblorosa. Estoy tan desesperado que me pongo a rezar. Cuando era un niño mi abuela conseguía dormirme haciéndome rezar. Ave María, llenas sois de gracias, bendito sea tu fruto, bendito tu vientre,bendito tu... sexo María. Me muerdo la lengua hasta que sangra. Tus pequeñas manos abren con delicadeza tu rendija y me invitas a entrar y a poseer la calentura de tu sexo. Puedo ver, con todo detalle, el brillo húmedo de tu piel, la tensión sexual, concentrada en tu clítoris, palpitando al ritmo acelerado de tu corazón. La imagen mental se hace cada vez más y más nítida, es casi real. Saco mi lengua y empiezo a lamer el dulce y a la vez salado interior. Revoloteo por todos los recovecos, pliegues, y secretos, mientras muerdo, chupo y te lamo. Mis labios contra tus labios, tu sexo en mi boca… Inyectados en sangre, abro los ojos y maldigo mi suerte. Estoy en el suelo con la lengua fuera, los pantalones bajados y me masturbo con tanta fuerza que sólo obtengo dolor.
Entre zancadillas y flashes mentales, llego a gatas hasta la ducha. Mojado, vestido, mi cabeza sigue enseñándome imágenes de tu coñito, veo una versión sin depilar y otra despejada como la mejilla de una adolescente. El agua helada duele en mi cabeza. "Insisto. Tiene que cambiar sus imágenes por otras más tranquilizantes" . ¡No puedo doctor! ¡No puedo!!. ¡¡NO PUEDO!! Uno, dos, tres… Prados verdes, galaxias lejanas, un atardecer en la estepa, burbujas de jabón, un payaso con una flor, bollitos recién horneados, un café humeante, ropa tendida en un día de verano, un velero en el mar azul... y tu coño. Me rindo. ¡Sí a la mierda! ¡Bendita obsesión! ¡Qué más da! ¡Pienso en tu sexo! Sí, lo digo claro y alto. ¡SÍ! ¡EN TU COÑO!. Tu coño hermoso y sagrado que ahora, desde que te fuiste, solo puedo tener dentro de mi cabeza.
Ilustración: Peter Ink