miércoles, 27 de enero de 2010

Diario de un Vampiro.

La vida persigue a los muertos.
Son las 11 de la mañana y el sol abrasa con insistencia los porticones de las ventanas. En el otro lado, en la sosegada penumbra de mi habitación, mi cuerpo enteco se esconde bajo las sábanas, mientras mi teléfono móvil insiste, en tono de alarma, que el mundo se ha puesto en marcha: los que cumplen los horarios, los que comen a las dos, los que obedecen al sol, los que nacieron bajo el signo de Abel, insisten (amparados por la mayoría) en que hay que vivir cuando la luz lo puede todo.
Hace cuatro horas caí a peso en mi cama, extenuado por el esfuerzo y su hermana la satisfacción... ahora, me siento protegido por la sangre, la mezcla que circula por mis capilares, arterias y venas me llena de vida, aunque su efecto va menguando paulatinamente.
A mi lado, descansa inconsciente la donante. No fue fácil convencerla. La hipnosis cada día es más difícil. La gente ya no presta atención a nada cansada de prestar atención a todo. Sus mentes están embotadas de entropía absurda y es difícil encontrar los resortes para manipularla. La chica rubia, una caucásica tipo A RH- (hubiera preferido una 0+) se resistió al truco básico VI y tuve que utilizar el VIII. Es raro, hacía años que no lo utilizaba.
Me incorporo. Salgo de la habitación sin hacer ruido, esquivo los espejos y entro en la cocina. Mi piernas tiemblan y la espalda soporta encorvada mi cuerpo esquelético. Los escalofríos me acompañan desde que tengo uso de la razón.
Descanso mis huesos, apoyado en las frías baldosas, al lado de la ventana cerrada de la cocina. El bullicio del mundo es como un enjambre de abejas en mi cabeza. A veces es difícil acallarlo. En voz baja me repito: “Estoy bien, estoy bien. Todo mejora. Todo mejora.” Luego sonrio socarronamente. El truco básico IX nunca funciona en uno mismo. Digan lo que digan las tinieblas acaban deprimiendo.
En el tercer cajón un bote vacío de Eritopreyatina y por si fuera poco sólo queda un concentrado de hematíes. Me tomo cuatro de ácido fólico y tres de vitamina B-12. Tendré que volver al médico a pedirle más.... ¡Maldita sea! Cuando más tengo más quiero. Podría volver a succionar a mi donante, ¡eso sería tan reconfortante! pero... podría ser peligroso (para ella).
El teléfono vuelve a sonar. La pantalla delata el nombre de mi madre. Ahora no puedo cogerlo, ahora no puedo escuchar otro discurso sobre la buena alimentación. Es duro tener una madre anclada en la inmortalidad. Todavía tengo la nevera llena de “tappers” con sangre condimentada con especies y pimienta. Sangre de ternera, de pollo, de perdices... ¡Cómo si no supiera espabilarme! Además, ¿Qué hace a las diez de la mañana llamándome? ¡Mama! ¡Tengo más de 300 años! Claro. Claro que no tomo sangre humana. Sí... claro que cuando tomo, tomo precauciones....

Vuelvo a la cama, al entrar, el vaho cálido me reconforta. Mi donante ya ha recuperado su temperatura corporal, su respiración es fuerte y profunda.
Soy un vicioso, lo reconozco, mi mano recorre su cuerpo desnudo y navega a la deriva, se deja llevar por el latir parpadeante de la sangre. Levanto sus brazos. Sus pequeños pechos se vuelven mas planos. Palpo el interior de su axila hasta que encuentro el pulso de su arteria axilar. Recojo mi pequeña cuchilla Personna Platinum de encima de la mesita y le hago un corte limpio y profundo para que la sangre empieza a brotar; mi boca atraída como un imán succiona el contenido escarlata. Ella solloza confundida con algún sueño, mientras el sabor metálico reacciona en mi cuerpo y me transporta de nuevo al sitio donde siempre quiero estar: El éxtasis.

Han pasado cuatro horas. Abro los ojos con fuerza. Algo grita en mi interior. Miro a mi donante, está fría pero no está muerta. En el exterior, el ruido de la vida empuja las paredes de mi habitación. Tengo una certeza angustiante que me marea. Algo ocurre. Lo noto. Algo muy grave, extraño y contundente va a cambiar todo lo que me rodea. No sé como lo sé pero lo sé. Me enrosco en posición fetal y siento el miedo, denso y sofocante que aprieta el cuello de mi esternón. Un miedo tan brutal que asusta incluso a uno de mi especie.

continuara...

domingo, 24 de enero de 2010

Chikipark - (microrelato)

Cada Domingo, Carlos acompaña a sus hijos y a su esposa al Chiquipark. Cada Domingo, Carlos se desespera en este maldito sitio de colores saturados. Cada Domingo, sentado en una mesa de plástico frente a su mujer sorbe un refresco a base de extractos. Cada Domingo, espera a que los niños se agoten de jugar en el castillo hinchable, el chiqui Gol, los toboganes y la piscina de bolas. Cada Domingo su esposa lee un dominical mientras él se distrae con las migas de un sandwich y suspira por una vida mejor. Cada Domingo, al cabo de unas horas sus hijos le abrazan extenuados y vuelven a casa. Cada Domingo, la angustia de un Lunes traidor corroe su intimidad y le recuerda que su vida no tiene sentido. Cada Domingo, sus hijos y su esposa duermen, pero él no.

Hoy vuelve a ser Domingo y Carlos sabe que no podrá soportar otra tarde en el Chiquipark, pero frente a su oposición, su esposa le recrimina aquello y lo otro y le chantajea emocionalmente de tal manera que Carlos acaba cediendo.
Carlos sorbe su refresco dulzón a base de extractos, su esposa lee la prensa, los niños juegan en las instalaciones. Carlos sabe que esta llegando a su límite. El alboroto de los niños jugando es insoportable, la sonrisa socarrona de su mujer, cuando le mira para pedirle auxilio le recuerda que está solo. La tristeza es infinita. Algo en su cabeza está a punto de estallar (una conexión neuronal quizás) y cuando eso ocurra ya no habrá vuelta atrás.
Carlos centra la mirada en el interior de su bebida azucarada pero la presión es insoportable.
Las cosas han llegado a su límite. Es el fin. Carlos fuera de si se levanta de la mesa. -¡Basta!- Su mujer le mira por encima de la revista, extrañada. Carlos se acerca a la piscina de bolas dónde sus hijos retozan y juegan inocentemente. La presencia amenazadora de Carlos detienen el juego, los niños se dan cuenta de que su padre es un extraño, un desconocido y eso les asusta. Una niña con coletas rompe a llorar. Carlos les mira desafiándoles, se quita la chaqueta, cierra los puños, aprieta los dientes y repentinamente se lanza a la piscina multicolor. Cuando el cuerpo de Carlos entra en la piscina, las bolas salen disparadas por todos los lados y Carlos queda espatarrado, levemente enterrado por las esferas de colores. Hay un silencio. Sus hijos le miran con la boca abierta, no dan crédito. Los otros niños se quedan inmóviles, sin habla. Carlos se levanta eufórico y grita: -¡Venga! ¡Juguemos todos, joder! ¡¡¡¡Juguemos todos!!!!!

sábado, 23 de enero de 2010

Tahití

He aprendido a vivir sabiendo que siempre hay alguién que está peor que yo.

martes, 5 de enero de 2010

Diario de un analfabeto.

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domingo, 3 de enero de 2010

Viento Barroco



Llego a casa, cargado con bolsas llenas de regalos. Cierro la puerta a mis espaldas mientras refunfuño sobre lo absurdo que me parece la Navidad; de repente, una luz cegadora baña por completo el recibidor. Estoy estupefacto pero conviene mantener la calma; tarde o temprano tenía que pasar...<br><div style=">Ante mis ojos aparece una sábana blanca, flotando en el aire. Intento ver los cables que la sostienen pero es imposible, la cosa esta bien hecha. Me dejo llevar por la ilusión. Un rayo láser amarillo explota en mil direcciones y una música angelical empieza a sonar. Es Mozart. El Réquiem. Un poco tópico, ¿no? aunque los bajos, eso sí, retumban de maravilla. La tez pálida de una chica empieza a vaporizarse. Es bastante guapa y por un momento me recuerda a una actriz con la que ligue en un bar.... Una docena de palomas se proyectan en la pared volando a cámara lenta. Caigo de rodillas, no quiero desentonar en la función, y observo desde mi sumisa posición la increíble aparición de la Virgen.
La mirada extraviada hacía arriba, los brazos extendidos con la palma de las manos abierta, y sus pies flotando a dos palmos del suelo. De repente, me mira fijamente. No veo el momento de explicárselo a mis amigos.
La virgen me habla con un logrado efecto de eco, en Dolby Sorround Stereo:- Soy la Virgen María- Esta frase me parece obvia pero obligada. -Soy la madre de Dios, la madre de los cielos y he venido aquí a entregarte un mensaje de paz y amor.-
La cosa se anima. -Tienes que repartir el bien y creer en ti. No te dediques a las cosas mortales. Eso lleva el mundo al fin de sus días. Dedícate a lo único que es inmortal. Tu alma."
- Qué bonito, pienso, lo habrán sacado de algún libro de autoayuda, pero está bien escrito y el mensaje es claro.- La Virgen sigue magnánima - Y te preguntarás: ¿Cual es la manera de salvar tu alma?- ¡Qué bonita es la retórica! ¡Pues claro que me lo pregunto! - La manera de salvar tu alma es dedicándote a querer a tus hermanos, porque si quieres a tus hermanos quieres a Dios.- No está mal...-
- Ahora tengo que irme- ¡Vaya! ¡Qué corto! ¡Qué pena! ¡Con lo bonito que era..!
- Acuérdate... de ti depende tu alma. De ti depende ser inmortal.-
La luz multiplica su potencia y me deslumbra; casi no puedo mantener los ojos abiertos. Joder. Van a dejarme ciego... aunque reconozco que el efecto mola.
De repente. ¡Zas! Todo vuelve a la normalidad. Cuando puedo ver algo... ya no queda ni rastro de la Virgen, ni de las proyecciones, ni nada de nada.
Una voz me habla otra vez: - Ahora, vete a dar una vuelta y a empieza tu misión.-
¡Ja! ¡Qué listos! Así pueden recoger todas las cosas... Bueno, espero que lo dejen todo arreglado y me devuelvan las llaves del piso.
Salgo a la calle. Hace un poco de frió. Me siento realmente bien. La Virgen tiene razón. Tengo que alimentar mi alma queriendo a los demás... ¡Qué bonito mensaje! La verdad es que mi hermana tenía razón, valió la pena contratar una aparición Mariana; no es muy cara y me siento mucho más místico, bondadoso y conectado a mi espíritu. Realmente hay que ver para creer.

Una hora después llego a casa, ya no queda ni rastro del milagro. En la mesita están mis llaves. ¡Qué bien! Envuelvo, ilusionado, los regalos de Reyes con papel de Pocoyo y sus amigos, mientras silbo La Lacrimosa.
"Empijamado" me acuesto en mi cama y cierro los ojos. Aún sigo emocionado por la experiencia. Las luces, las proyecciones, el viento barroco... ¡Un momento! ¿El viento barroco? ¡No había viento barroco! ¡Yo llene la casilla de viento barroco! ¡Tenía un suplemento de 20euros! ¡Qué pena! ¡Vaya inútiles! Olvidaron el viento barroco... Mañana llamaré a la empresa, ¡Se van a enterar! Aunque me siento tan generoso que creo que les voy a perdonar. Ahhhh... el perdón. ¡Qué gran alimento del alma, sin duda!
Apago la luz y me duermo pensando en la época en que la Virgen se aparecía sin tener que pagar y el viento barroco venía de serie. ¡Dios! ¡Qué tiempos aquellos!