sábado, 27 de febrero de 2010

tan lejos tan cerca

Excitado como una luciérnaga, bajo las escaleras de la noche eléctrica, hasta el sótano del infierno. Satanás me pide el billete para cruzar el Averno y le enseño mi targeta T-Rosa, sonríe y me deja pasar mientras un desangelado coro de angeles canta "What´s you putty pretty puffy dutty free". Mi glándula pineal se eriza como un gato comiendose una bola de pelo de ratón. Avanzo hacía abajo, bajo hacía adelante, mientras el ambiente se alquitrana a fuego lento. Me paro un momento, no por el miedo imperante sino porque no recuerdo que hago aquí. ¡Ah! ¡Sí! He venido a buscar la esencia supina de las cosas. La verdad absoluta. Lucifer aparece entre brumas, chispas y pedos. Me vende un coche, una pantalla de plasma y un Tdt. No desfallezco, se lo compro todo y sigo adelante hacía el centro del universo. El aire es tan espeso que avanzo haciendo braza, crowl y en algún momento espalda (aunque es lo que mas cansa). Al fin llego al fin. Una flecha de neón fluorescente apunta con claridad: "¡AQUÍ!" Un bonito cofre encierra todos los misterios de este mundo. De repente un increíble coro de bailarinas neonazis con piernas de elefante me atacan con bayonetas. Utilizo el viejo truco de guiñarles el ojo y llamarlas guapas. Se derriten. Me acerco al cofre, pero el penúltimo guardián me impide el paso. Es un gigante filosófico y me noquea con un ¿Qué? un ¿Cómo? y un ¿Por qué?. Desesperado contraataco con un ¿Qué de que? un ¿Cómo cómo? y un ¿Por qué por qué? El mega filósofo se rinde a la evidencia. Le aparto con un soplido pragmático. El cofre es mio. Voy a abrirlo pero... el último y más peligroso de los guardianes intenta impedirlo de nuevo. Todos mis miedos y temores en forma de guerrero ninja me plantan cara. Este enemigo es imbatible. No quiero morir. Así que doy un paso hacía atrás. En mi bolsillo del pantalón llevo un Valium 10mg y de un ¡Glup! entra en mi estomago. Cierro los ojos y espero que haga efecto. Aparezco en mi cama. Acomodado entre sábanas con una sensación de gran tranquilidad. Suspiro. El día que no tenga miedo lo podré todo. Todo.

lunes, 15 de febrero de 2010

Romanticismo a 321 km/h

Desde la ventanilla de un tren de alta velocidad, un paisaje nevado, oscuro y teatral no parece avanzar a 321 kilómetro por hora. Más bien, Guadalajara, cubierta de nieve, se me antoja lenta y de una serenidad crepuscular. Fantasmales paisajes cubiertos de blanco, atravesados por una serpiente de hierro. Vuelvo a casa, cómodamente apoyado en el panorama, mientras al mismo tiempo, veo crecer el camino y acorto la distancia. ¡Ay! No fueron los ingenieros quienes inventaron el tren, sino los poetas; la propia poesía y sus paisajes... Realmente, si suspiro otra vez, puede que tenga que aspirar de una bombona de oxigeno para compensar.

Como siempre que viajo, imagino el terrible accidente: Un golpe largo y seco. Mi cuerpo despedido por los aires, enrollado entre el acero, la sangre y el tormento, despedazado en menos de lo que dura mi grito. Hierros, fuego y trozos de personas esparcidas en la nieve. Muerte y desolación.
Los periódicos lucen, venden y subrallan el dolor de la noticia: Primer accidente de AVE en España. Luto nacional. Tragedia peninsular. Drama ferroviario. ¡Muerte en la nieve!
España entera; el mundo entero, llora por nuestras vidas. Pero, ¿Por qué lloran? ¿Por qué están tan tristes? ¿No lo ven? Señoras y señores, Ladies and Gentleman.... Hemos muerto volando, atravesando el mundo a 321 kilómetros por hora, como Airton Senna, en pleno viaje, en plena furia, en plena vida. ¿No lo ven? ¡Somos afortunados! Hemos renunciado a la cama, a los tubos de hospital, al asilo....No somos mártires, somos héroes envueltos en las cenizas de nuestro propio motor. Cómo tantos otros grandes, hemos sacrificado la vida para estar con los nuestros, en nuestra casa, lejos del exilio, a 321 kilómetros por hora. Por favor, hagan silencio, miren al cielo, diparen las salvas de honor y acéptenlo: ¡somos dioses!

El tren se para en la estación de Sants. Hemos llegado y una voz post orgásmica anuncia el final de trayecto. La gente sale poco a poco y abandonamos el tren intactos. Salgo a la calle. Llueve (la nieve no cuaja en Barcelona). El aire es húmedo y frió pero sonrió. Es mi manera de disimular que, aunque esta era una noche perfecta para morir, me alegro de volver.

martes, 9 de febrero de 2010

La nada.

Muchas personas escriben en mi blog preguntándome lo mismo: ¿Qué hay después de la muerte? Y la respuesta es muy fácil, después de la muerte no hay nada.
En la nada no hay nada, es decir, no hay altibajos, ni cosas buenas ni malas, ni principio ni fin, ni bien ni mal, ni colores, ni sabores, ni nada de nada. Uno está allí, sólo. La nada es un sitio neutro y sin sobresaltos, de una tranquilidad hiperbólica. En la nada se descansa muy bien. De echo, es el sitio más apacible y relajado del universo...
Pero, no es del todo cierto, que en la inexistencia haya cero cosas. En realidad, hay una cosa: un botón. El botón sirve para volver a nacer. Si pulsas el botón: ¡Zas! Empiezas de nuevo, con otra vida, en este mundo. (Eso sí, sin ser consciente de tu vida anterior).
El problema es que la vida que te toca es una cuestión azarosa e impredecible. (Bueno, hay una formula matemática para poder calcular el algoritmo pero nadie la conoce). Así que una vez pulsado el botón, puede tocarte una vida difícil y complicada, o nacer rodeado de facilidades y alegrías . Nunca se sabe. Uno puede nacer con dos cabezas al borde la muerte o reencarnarse en un querubín de ojos azules y salud de hierro. Uno puede nacer en una chabola, en el sitio más pobre del planeta, o en un hospital de lujo en el centro de Beverly Hills...
Tocar el botón tiene su riesgo. Ese es el trato. Al principio, cuando uno llega a la nada le parece que jamás volverá a tocar el botón. ¿Para qué arriesgarse? La nada es genial. Pero a medida que pasa el no-tiempo (una eternidad) uno echa de menos las cosas. Primero, las cosas buenas y cursis: Sacar la cabeza por la ventanilla de un coche en marcha, el sabor del café, el tacto de un cuerpo excitado, las palabras cariñosas, etc... Pero cuando uno ya lleva millones de unidades de no tiempo, empieza a echar de menos cualquier cosa: un estornudo, el miedo antes de un examen, la cola en una discoteca, la risa tonta, un pedo bajo las sábanas.... Y finalmente cuando uno ya está totalmente desesperado de no sentir ni vivir nada, llega a pensar que hasta en lo malo hay algo bueno. Y entonces, con un pequeño esfuerzo mental vuelve a tocar el maldito botón.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Más allá del bien y del mal.

En la cama. Sentados frente a frente. La escena se repite: Ella tiene que sentar la cabeza. Empezar a madurar. Él se juega mucho en esta relación, y a su edad, no está para tonterías. Ella le escucha porque le quiere, y disfruta mucho a su lado cuando pasean, bailan o se ponen a jugar a cualquier cosa... Él lo pasa mal. Muy mal. Cuando alguien se compromete... ¡se compromete! Si ella, de verdad, le quiere, tiene que demostrárselo y no andar por allí tonteando con los demás. Él no puede olvidar que en el pasado (hace cinco meses) ella estuvo con otro (una noche). Ella se siente muy culpable, aunque en el fondo no fue tan grave. De hecho, por eso, se lo contó, porque para ella no significó nada. El amor tiene que ser libre. Ella tiene que ser libre. Ahora él duda y desconfía y le sermonea cuando ella se presenta borracha a las tres de la mañana. Ella viene de tomar unas copas con su amigas del alma, pero él no la cree y lleva sufriendo desde las 7 de la tarde. ¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿Nunca piensas en los demás? ¿Piensas crecer algún día? Ella deja de escuchar las palabras que salen de su boca. Cansada de mirarle a la cara, su vista se sitúa en el estampado de su camisa. Él no nota la diferencia, en parte porque está totalmente absorto en su discurso, y en parte porque ella parece que baja la vista, arrepentida. El estampado de la camisa se convierten en una pared; frente la pared, gente guapa en una casa. Ella camina borracha mientras se tambalea entre el alcohol, la música y el glamour. ¿Es una fiesta? ¡No! Es la mejor fiesta del mundo. La gente va semidesnuda, se contornea loca de alegría, extasiada y sinuosa. En el fondo de la sala, en un sofá rojo Chester, un chico de ojos felinos, marca con fuego su mirada en ella. Ella disimula y se va a por una copa. De esta manera él puede ver el fantástico escote que su fantástico vestido luce en la espalda. Luego, como quién no quiere la cosa, se acerca sin dejar de mirarlo, se sienta a su lado y empiezan a hablar. No hablan de nada. Sólo entrecruzan juegos de palabras que pronto se convierten en fuego en las palabras. Se besan con un beso de largo recorrido. Él le dice: - Nadie se escapa si nadie le persigue. - Ella abre los ojos y observa la pared. Las luces se detienen, las palabras vuelven. Sentado en la cama, su pareja, sigue su arenga: Insiste, agotado, en lo mucho que la quiere y como espera que todo acabe bien cuando ella cambie. Ella no dice nada y se deja abrazar con emoción. Lloran. Se echan en la cama y duermen juntos, abrazados. Ella no puede sentirse más culpable. El no puede sentirse más triste. La escena se repite.

Ilustración: Terry Rodgers