jueves, 23 de mayo de 2013

Enamorado de la Farmacéutica de Ojos de Miel


De pronto, una golondrina ha chocado de bruces contra mi ventana, dejando un estropicio de cristales y sangre  en mi comedor. Se me ha pasado por la cabeza llamar a mis padres pero me ha dado miedo de que me echaran las culpas.  Hace ya mucho tiempo que dejé la selva a cambio de calefacción, agua caliente y transportes públicos y no tenía ni idea de que hacer con el cuerpo destrozado de un animal muerto. Atemorizado, entre el pánico y el escalofrío, he empujado el cadáver con una escoba en una pala y lo he puesto dentro de una bolsa de basura perfumada. Sólo tenía clara una cosa, las golondrinas muertas van a un contenedor de residuos orgánicos. He salido de casa, con la bolsa, y cuando llegado al contenedor me he dado cuenta de que los cristales incrustados en la golondrina no son basura  orgánica. Le he arrancado los cristales al cadáver para depositarlos en el contenedor de vidrio. Algunos desconocidos que no me conocen me han visto de cuclillas, en plena calle, con las manos ensangrentadas, manipulando un ANIMAL MUERTO y me ha dado miedo dar miedo y que todo desencadenara en un espiral de terror y violencia, así que lo he tirado todo en un buzón de correos y he salido corriendo.

He vuelto a casa, me he lavado las manos tres veces y he abierto mi botiquín en busca de un tranquilizante de cualquier raza, PERO de pronto ha ocurrido algo que solo ocurre cuando ocurre: No quedaba ningún TRANQUILIZANTE. No había Tranquimazin, ni Alprazolam (que le robé a mi padre) ni Myolastan ni Noctamid ni Diacepan ni Rivotril. Solo blísteres y blísteres vacíos que no contenían ni un solo miligramo de droga sedante. Mi casa se hecho pequeña y se llenado de pinchos mientras oía el estruendoso ruido de la angustia llegar a ultramar desde Africa, Asia y América, subir por las vigas del edificio, proyectarse de las lamparas a mi calavera y bajar hasta lo más profundo de mi palpitante esternón. Las sombras se reían, las esquinas me esquivaban, los silencios me tomaban el pelo y me hablaban de muerte inminente, de muerte instantánea, de muerte mortal.  Entonces, me he dicho a mi mismo hablando conmigo mismo y gritándome a la oreja : TENGO QUE SALIR DE CASA, CRUZAR LA CALLE Y VENIR A TU FARMACIA.

He apretado los esfínteres, he salido de casa y he bajado en ascensor DE ESPALDAS A SU ESPEJO. No es cierto que los Vampiros no se reflejen en los espejos, lo cierto es que simplemente, nunca se miran a los espejos. ¿Quién quiere verse muerto? En la calle la realidad era  un tsunami de coches, ruidos y motos, pero he echo de las tripas corazón, del corazón tripas y de las tripas corazón , y he cruzado la calle, como en Frogger,  esquivando los coches y los autobuses  que juraban atropellarme y dejar mi cuerpo destrozado en el interior de su maquinaria como los restos de un caramelo entre las muelas de un niño.

He llegado a tu farmacia,  la luz de los fluorescentes me ha hecho cerrar tan bruscamente el iris de mis ojos que se ha desajustado todo mi sistema nervioso. Unas gotitas de orina han manchado mi pantalón. Todo el mundo sabe que en una farmacia solo entran enfermos, maniáticos, ancianos y tarados. Yo soy una mezcla de todos.
La farmacia estaba llena como una patera de inmigrantes y tu estabas allí, detrás del mostrador, fluorescente, impoluta, como una santa en estado de gracia.
Frente tuyo una anciana, arrugada como una pasa de Moscatel, te daba un fajo de recetas y tu la tratabas con indulgencia y.... Satán, Dios, Buda y Mahoma en la misma sauna, en el mismo Yacuzzi con sus cuerpos húmedos y lascivos me han recordado que:  ¡No he cogido ninguna receta!
He salido de la farmacia rebobinando mi cuerpo convulsionado. En la calle,  he tenido que hacerme el invidente para que una joven de las Misiones Salesianas me ha ayudara a cruzar. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido.

He subido en ascensor mientras todo lo demás se desvanecía, he entrado en casa y he intentando llegar a mi habitación, pero mi cuerpo iba menguando tanto, comprimido por la angustia, que me he caído en la grieta de una baldosa. Dos cucarachas de servicio, me han pedido los papeles, me han esposado y me han hecho caminar delante suyo mientras me apuntaban con un revolver del 38. Hemos cruzado rendijas, zócalos, grietas, almacenes de larvas, y hangares llenos de tanques y armas nucleares....  hasta que hemos llegado a su reino subterráneo donde me han paseado por sus calles, mientras miles de cucarachas negras celebraban mi captura. Finalmente hemos llegado a un enorme y lujoso palacio donde me han presentado ante el rey de las cucarachas. El rey, oscuro como el pensamiento de Lucifer,  me ha mirado con desprecio y ha dictado su sentencia escalofriante: Pena de muerte. Le he implorado que tuviera piedad. Su contestación ha sido categórica:- "En vuestro mundo matáis a los de mi especie sin miramientos, los pisáis y los fumigáis sin ningún sentimiento de culpa. No hay piedad. Mañana al amanecer tendrá lugar tu ejecución. ¡Encerradle!"-.

En la celda no podía soportarlo, sin Wi-fi, ni cobertura, ni Rivotril. Pero de pronto la puerta se ha abierto: una cucaracha me ha pedido que la siguiera. Enseguida la he reconocido: la cucaracha a la que perdoné la vida, un día que me iba a duchar. La ví en la bañera asustada e indefensa y en un acto de bondad infinita, dejé que se escapará por debajo de la puerta. La he seguido por un túnel secreto que llevaba hasta mi casa. Con gran esfuerzo hemos salido de entre las baldosas y nos hemos despedido con un fuerte abrazo.  Al abrazarnos la pasión se ha descontrolado y ella ha empezado a tocarme con sus antenitas, con sus bigotitos, con sus patitas de doble uña y hemos hemos hecho el amor de una manera negra y pringosa. Puede que de esta relación nazca un hijo que acabe con el odio entre insectos y hombres.  Exhausto por la despedida, he llegado a mi habitación, resoplando,  he abierto el cajón de las recetas. ¡Por Judas, Doraemon y Pinocho en el mismo cuarto oscuro! El cajón estaba totalmente vació. ¿Quién había gastado todas mis recetas? ¿QUIÉN?  ¡Malditos fantasmas! De pronto miles de golondrinas han empezado a chocar contra mis ventanas, esparciendo sangre y plumas por todo mi hogar. Algunas aún estaban vivas y han empezado a picotear mi cabeza, mis manos, mis ojos...
Esquivando los picos y los graznidos, he bajado corriendo por las escaleras, tartamudeando socorro, cruzando la calle, saltando por encima de los coches, fintando gritos, frenazos y bocinas hasta llegar de nuevo a tu farmacia. 
Detrás del mostrador, le envolvías un jabón genital a una mujer de unos 80 años.  En el hilo musical sonaba ¨My heart will go on" de Celine Dion. Media canción más tarde  me ha tocado mi turno y con tu voz recién sacada del primer orgasmo de tu pubertad, me has dicho:  ¿Qué deseas?
Y me he quedado en blanco.

He pensado que en realidad, a lo que venía, era a mirarte.
Mirarte.
Mirarte, rodeada de miles de medicamentos.
Observar tus ojos color de la miel, tu media melena desordenada, tu nariz catalana, tus labios finos, brillantes, húmedos, sonrientes que esconden una lengua que baja por tu garganta hasta llegar a tu estómago, a tus intestinos, que acaban en tu ano. Un ano limpio y suave que creo que nunca voy a catar.
Pero no te creas que soy UN SÁTIRO. No lo soy. En realidad mi deseo es apoyar mi cabeza, entre tus pechos, en tu bata olor a jabón de Marsella,  y transportarme a los días que pasé en el regazo de mi madre, cuando era un bebé y estábamos juntos día y noche y sentía el amor más profundo que un ser jamás puede sentir.
Podríamos casarnos y vivir rodeados de medicamentos, en la salud y en la NO enfermedad, hasta que la muerte jamás nos separará  y tener miles de niños fruto de la Viagra, los antidepresivos y la cocaína clínica. Nada ni nadie podría hacernos daño, viviendo en un Valium continuo, en una nube de algodón hecha de bondad, encapsulados, en un día primaveral, coronado por un arco iris y una brisa suave de Tranquimazin.

Y he pensado que si nos unía un destino tan poderoso, en el fondo no te importaría darme un botecito de Rivotril 2,5mg sin receta. ¿no? Mi amor.

Y hasta aquí mi discurso. Llevo casi un cuarto de hora delirando. La farmacia está en silencio. Los clientes no se atreven ni a respirar. Y tu me miras con tus ojos color miel, asustada.  Yo te miro desesperado. El amor suele ser así: Una persona aterrada por lo mucho que la quieren y otra persona horrorizada por lo poco que recibe.  Y  levantas tu mirada y me dices con severidad: - Sin receta no puedo venderte Rivotril.-

Nadie, nunca, jamás te hará más daño que la persona de la que estas enamorado. Las cucarachas te tratarán mejor.   ¿Si me estuviera DESANGRANDO me ayudarías, no?  ¿Por qué no me atiendes si me estoy DESCEREBRANDO?. ¿Por qué me tienes miedo? ¿Por qué me tratas como a un loco? ¿Quizás no debería haberme subido al mostrador? ¿Quizás debería salir de casa con pantalones? ¿Quizás no debería llevar una camiseta llena de sangre de   golondrina? ¿Quizás no debería amar a la persona equivocada? Pero entonces no necesitaría una farmacia. ¿No crees?
Alguien murmura algo sobre la policía. Algunos abuelos empiezan a increparme y a empujarme. Una anciana me golpea con su bastón.
Salgo de la farmacia desesperado. Golpeo el aire con mis puños. Uppercut. Hook. Crochet. Uppercut. ¡Por Belcebú, la Virgen y Mahoma en la misma orgía! Está todo perdido. No tengo nada que hacer. Moriré como un perro abandonado en cualquier acera de la ciudad.  Y será por tu culpa. Farmacéutica con ojos de miel en la que se atrapan las moscas y fenecen en ti. Verdugo de la sanidad. Mujer sin alma. Ya no te quiero. 



Ilustración: María Carrión

viernes, 17 de mayo de 2013

DIamante.


















¿Qué consigues picando piedra?
Consigues más piedra.

¿Y si sigues picando piedra?
Consigues arena.

¿Y si sigues picando piedra?
Consigues polvo.

¿Y si sigues picando piedra?
Consigues aire, o sea, nada.

Y todo por un diamante...





miércoles, 1 de mayo de 2013

VIsita de cortesía.


La enfermera me da la bienvenida con una sonrisa fingida, abre la puerta metálica y me deja pasar. El ambiente huele a detergente, lejía y croquetas, es vomitivo. Subo las escaleras y me fijo en las baldosas de la pared porque aunque están frías parecen sudadas. Sólo vengo una vez al año. Eso me hace sentir culpable. Pero, qué diablos, la mayoría no viene nunca.

Es la hora de comer en el asilo y el comedor esta abarrotado. 
Una enfermera ayuda a la pobre Cenicienta a terminarse el puré de garbanzos, su cuerpo es casi esquelético, y su pelo es blanco como la nieve. En una silla de ruedas, conectado a una bombona de oxigeno está el príncipe Valiente, sus labios morados intentan coger una ultima bocanada de aire. A su lado Aladino, arrugado como una pasa, intenta meterse en la boca una cuchara de sopa pero le resulta imposible coordinar el movimiento, y la sopa cae encima de su pijama de franela. De pié, en la mitad de la sala, me parece ver a Dorothy, senil,  con la mirada clavada en el infinito, parece obsesionada con algo que nadie puede ver. Una enfermera intenta sin éxito que la pobre anciana vuelva a sentarse en su silla. En un rincón reconozco a  La Sirenita,  está muy desmejorada, se ha quedado en las espinas. En sus ojos veo la demencia. El miedo. Casi no le queda pelo.
Erizado, salgo del comedor y llego a un largo pasillo con habitaciones a cada lado.
Al fin veo su habitación, la 232, abro la puerta lentamente y allí está, dándome la espalda, sentado en una silla de ruedas, mirando por la ventana. La luz plateada del exterior envuelve su escuálida figura.

Hola...
Peter se gira. Su aspecto es ajado, su piel esta arrugada y sus ojos son acuosos con una pátina blanca. Hace una mueca con un esfuerzo sincero, intuyo que se trata de una sonrisa,  luego vuelve a mirar por la ventana.
Me acerco a él y lo abrazo con prudencia como si tuviera miedo a romperlo.
¿Como va todo?
Peter habla mientras la mandíbula le tiembla: ¿Has traído polvo de hadas?
Peter, ya sabes que no puedes tomar de eso.
Pues déjame en paz.
No seas rencoroso. Te he traído unas madalenas de chocolate.
Gracias.
¿Cómo estás?
La próstata me mata. Tengo el colon destrozado y la parálisis facial va a peor. Por lo demás. De maravilla
Así me gusta que no pierdas la energía. Yo te veo muy bien. Un pelín delgado pero tienes buena cara.
¿Has traído polvo de hadas?
No, ya sabes que no puedes tomar. ¿Te tratan bien?
Las enfermeras sí. La vida no.
Bueno, hombre, no se puede estar siempre arriba del todo.
Yo no quería crecer.
Aguantaste bastante.
Pero al final crecí.
Todos crecemos.
Maldita enfermedad
Crecer no es una enfermedad
Si que lo es.
Yo no quería crecer.
Ánimo.
Tu solo vienes de vez en cuando. Para ti es muy fácil.
Venga no seas quejica. Todos vendremos aquí algún día.
Lo siento. ¿Sabes algo de Wendy?
(No le digo la verdad, ya la sabe.) A ella NO le gustaría verte así tan decaído.
Hay un silencio. Creo que va a llorar pero no llora. Siempre ha sido un tipo digno.
Me despido con otro abrazo.
¡Cuanta formalidad! ¿No tendrás polvo de hadas?
Eres incorregible.

Me da la espalda, vuelve a mirar por la ventana para hacerme desaparecer. Me marcho.

Salgo del asilo, mirando al suelo fijamente, no quiero ver más miseria.
En el exterior el aire parece puro pero no puedo evitar vomitar.
Entro en mi coche y me quedo abatido.
Me miro al retrovisor y reconozco la mirada del miedo. Se acabaron los cuentos. El próximo soy yo.