Las luces estroboscópicas parpadean al ritmo de un bajo demoledor. Las pastillas que me dio aquel zumbado son buenas, tienen un corazón grabado en una cara y son de color rosa, su sabor amargo me lanza contra la bola de cristales que dispara mi reflejo por toda la pista. Bailo a muerte y muero bailando.
De repente, mis globos oculares estallan de éxtasis al contemplar una Diosa: Ella; se mueve como una maniaca en el centro del meollo. De un gesto me mira y me petrifica. Sus parpadeos empiezan en el cielo y acaban en el infierno. Me deslizo de rodillas hasta el borde de su falda y bailamos al ritmo de los miles de satélites que retransmiten el momento. Ella echa hacia atrás su melena y cogido a sus pechos le muerdo el cuello. El escenario cambia y caemos encima de mi cama deshechos por la pasión. Mermelada de sexo, besos y espasmos. Mi rabo fuerte y duro como una piedra la penetra logrando distancias negativas que nos vuelven locos de remate. Sus gritos despiertan la triste ciudad cuando nuestro orgasmo nos permite flotar a tres palmos de mi cama. La electricidad abrasa nuestros cuerpos y después de compartir las galaxias en un clímax brutal; caemos a peso, encima de la cama, desarticulados, agotados, casi muertos.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, la veo. Tiene la boca abierta y ronca... un hilillo de baba cae encima de la almohada. Su maquillaje ha desaparecido, sus pestañas postizas son ahora una araña aplastada y su pelo se ha convertido en un marañoso estropajo. Aparto un poco la sábana y me encuentro con la dura realidad. Un cuerpo ajado por el tiempo, lleno de estrías y acumulaciones grasientas fruto de un carácter neurótico obsesivo. Sus pechos caídos de lado hubieran dado a Newton la mejor pista sobre la gravedad de la gravedad.
Salgo de la cama y me dirijo al baño. Me miro al espejo. Mis ojeras me llegan a las rodillas y mis labios están cortados. El pelo alborotado ya no disimula mi calvicie. Mis dientes amarillos han derrotado a todos los dentistas. Suspiro. Nunca he sido guapo, está claro. Mi barriga cervecera no se notaría tanto si no fuera porque estoy encorbado como un abuelo. ¡Dios! ¡Creo que tengo tetas!
Me siento en la taza del wáter con las manos en la cara atrapado en el feísmo más radical, pienso en la muerte como solución estética.
Luego salgo del baño, cojo cuatro pastillas-corazón; me trago un par; machaco dos más en un un mortero y las diluyo en un vaso de agua... Entro en el dormitorio y despierto a mi amante. Ella me mira como un animalillo herido, sabe que estoy viendo la verdad porque ella ve mi verdad. -¿Quieres un poco de agua?- Le digo con una sonrisa agria que poco a poco se convertirá en lujuria.
De repente, mis globos oculares estallan de éxtasis al contemplar una Diosa: Ella; se mueve como una maniaca en el centro del meollo. De un gesto me mira y me petrifica. Sus parpadeos empiezan en el cielo y acaban en el infierno. Me deslizo de rodillas hasta el borde de su falda y bailamos al ritmo de los miles de satélites que retransmiten el momento. Ella echa hacia atrás su melena y cogido a sus pechos le muerdo el cuello. El escenario cambia y caemos encima de mi cama deshechos por la pasión. Mermelada de sexo, besos y espasmos. Mi rabo fuerte y duro como una piedra la penetra logrando distancias negativas que nos vuelven locos de remate. Sus gritos despiertan la triste ciudad cuando nuestro orgasmo nos permite flotar a tres palmos de mi cama. La electricidad abrasa nuestros cuerpos y después de compartir las galaxias en un clímax brutal; caemos a peso, encima de la cama, desarticulados, agotados, casi muertos.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, la veo. Tiene la boca abierta y ronca... un hilillo de baba cae encima de la almohada. Su maquillaje ha desaparecido, sus pestañas postizas son ahora una araña aplastada y su pelo se ha convertido en un marañoso estropajo. Aparto un poco la sábana y me encuentro con la dura realidad. Un cuerpo ajado por el tiempo, lleno de estrías y acumulaciones grasientas fruto de un carácter neurótico obsesivo. Sus pechos caídos de lado hubieran dado a Newton la mejor pista sobre la gravedad de la gravedad.
Salgo de la cama y me dirijo al baño. Me miro al espejo. Mis ojeras me llegan a las rodillas y mis labios están cortados. El pelo alborotado ya no disimula mi calvicie. Mis dientes amarillos han derrotado a todos los dentistas. Suspiro. Nunca he sido guapo, está claro. Mi barriga cervecera no se notaría tanto si no fuera porque estoy encorbado como un abuelo. ¡Dios! ¡Creo que tengo tetas!
Me siento en la taza del wáter con las manos en la cara atrapado en el feísmo más radical, pienso en la muerte como solución estética.
Luego salgo del baño, cojo cuatro pastillas-corazón; me trago un par; machaco dos más en un un mortero y las diluyo en un vaso de agua... Entro en el dormitorio y despierto a mi amante. Ella me mira como un animalillo herido, sabe que estoy viendo la verdad porque ella ve mi verdad. -¿Quieres un poco de agua?- Le digo con una sonrisa agria que poco a poco se convertirá en lujuria.