miércoles, 1 de mayo de 2013

VIsita de cortesía.


La enfermera me da la bienvenida con una sonrisa fingida, abre la puerta metálica y me deja pasar. El ambiente huele a detergente, lejía y croquetas, es vomitivo. Subo las escaleras y me fijo en las baldosas de la pared porque aunque están frías parecen sudadas. Sólo vengo una vez al año. Eso me hace sentir culpable. Pero, qué diablos, la mayoría no viene nunca.

Es la hora de comer en el asilo y el comedor esta abarrotado. 
Una enfermera ayuda a la pobre Cenicienta a terminarse el puré de garbanzos, su cuerpo es casi esquelético, y su pelo es blanco como la nieve. En una silla de ruedas, conectado a una bombona de oxigeno está el príncipe Valiente, sus labios morados intentan coger una ultima bocanada de aire. A su lado Aladino, arrugado como una pasa, intenta meterse en la boca una cuchara de sopa pero le resulta imposible coordinar el movimiento, y la sopa cae encima de su pijama de franela. De pié, en la mitad de la sala, me parece ver a Dorothy, senil,  con la mirada clavada en el infinito, parece obsesionada con algo que nadie puede ver. Una enfermera intenta sin éxito que la pobre anciana vuelva a sentarse en su silla. En un rincón reconozco a  La Sirenita,  está muy desmejorada, se ha quedado en las espinas. En sus ojos veo la demencia. El miedo. Casi no le queda pelo.
Erizado, salgo del comedor y llego a un largo pasillo con habitaciones a cada lado.
Al fin veo su habitación, la 232, abro la puerta lentamente y allí está, dándome la espalda, sentado en una silla de ruedas, mirando por la ventana. La luz plateada del exterior envuelve su escuálida figura.

Hola...
Peter se gira. Su aspecto es ajado, su piel esta arrugada y sus ojos son acuosos con una pátina blanca. Hace una mueca con un esfuerzo sincero, intuyo que se trata de una sonrisa,  luego vuelve a mirar por la ventana.
Me acerco a él y lo abrazo con prudencia como si tuviera miedo a romperlo.
¿Como va todo?
Peter habla mientras la mandíbula le tiembla: ¿Has traído polvo de hadas?
Peter, ya sabes que no puedes tomar de eso.
Pues déjame en paz.
No seas rencoroso. Te he traído unas madalenas de chocolate.
Gracias.
¿Cómo estás?
La próstata me mata. Tengo el colon destrozado y la parálisis facial va a peor. Por lo demás. De maravilla
Así me gusta que no pierdas la energía. Yo te veo muy bien. Un pelín delgado pero tienes buena cara.
¿Has traído polvo de hadas?
No, ya sabes que no puedes tomar. ¿Te tratan bien?
Las enfermeras sí. La vida no.
Bueno, hombre, no se puede estar siempre arriba del todo.
Yo no quería crecer.
Aguantaste bastante.
Pero al final crecí.
Todos crecemos.
Maldita enfermedad
Crecer no es una enfermedad
Si que lo es.
Yo no quería crecer.
Ánimo.
Tu solo vienes de vez en cuando. Para ti es muy fácil.
Venga no seas quejica. Todos vendremos aquí algún día.
Lo siento. ¿Sabes algo de Wendy?
(No le digo la verdad, ya la sabe.) A ella NO le gustaría verte así tan decaído.
Hay un silencio. Creo que va a llorar pero no llora. Siempre ha sido un tipo digno.
Me despido con otro abrazo.
¡Cuanta formalidad! ¿No tendrás polvo de hadas?
Eres incorregible.

Me da la espalda, vuelve a mirar por la ventana para hacerme desaparecer. Me marcho.

Salgo del asilo, mirando al suelo fijamente, no quiero ver más miseria.
En el exterior el aire parece puro pero no puedo evitar vomitar.
Entro en mi coche y me quedo abatido.
Me miro al retrovisor y reconozco la mirada del miedo. Se acabaron los cuentos. El próximo soy yo.




1 comentario:

Unknown dijo...

Llevale polvo de hadas pues! De que sirve una vida cuando se le ha privado de todos los placeres. No le niegues un último deseo a un viejo, que más le queda? y a ti qué más te da?