miércoles, 4 de marzo de 2009

cita a ciegas (minirelato IV)

¡Estaba tan nervioso! Había llegado diez minutos antes para ocupar el mejor sitio de la coctelería. Se pidió una cerveza para que el calor del alcohol se aposentara en su estomago y le diera fuerzas. Nunca había quedado con nadie que hubiera conocido en Internet. De hecho no conseguía recordar ninguna cita en su vida. Las cosas del amor se le habían escapado. Era tímido, poco agraciado y no tenía la confianza que se necesita para seducir a alguien. Pero con ella era distinto. Ella le daba confianza. Recordó las largas charlas por messenger. Se lo habían contado todo. Habían conectado y se sentían cercanos el uno al otro. Aunque, eso sí, nunca se habían visto físicamente. Se miró al espejo. Veía su cuerpo enorme, orondo, grueso. No era un tipo atractivo, ni mucho menos guapo y encima estaba gordo. El espejo no mentía: su piel era dura y llena de arrugas. Sus pequeños ojos le parecían ínfimos comparados con su enorme cara y todo el conjunto tenía un aspecto mas bien ridículo aunque siendo benevolente (y ahora tenía que serlo) podía llegar a parecer simpático. Se imaginó que ella era horrible. Luego se imagino que ella era bellisima y ambas cosas le asustaron. "La belleza exterior no importa" le había tecleado la noche anterior, pero ahora no estaba seguro de que aquello fuera verdad del todo. ¿Cómo sería ella? Después de casi un año la curiosidad había vencido al miedo. ¿Pero por qué no le había pedido una foto? No era elegante. Esas cosas se piden el primer día. Además en el momento que él se la hubiera pedido él también tendría que haberle enseñado una y él era gordo y feo…. Volvió a beber. La amargura de la cerveza substituyó la suya y le devolvió la confianza. Se acomodó en la silla que se le antojaba muy pequeña, luego carraspeó y con una servilleta de papel se secó el sudor frio de la cara. Tiró el papelito y lo encestó en una lejana papelera. Eso le devolvió el optimismo. En el fondo se gustaban y estaban hechos el uno para el otro. Nada podía fallar. En un minuto entraría la chica de su vida, le miraría a la cara y la besaría profundamente. Se habría acabado la soledad y la tristeza. Pronto podría pasear de la mano de su novia. Se casarían, comprarían un piso y tendrían hijos. Bueno, esperarían un año. Así podrían disfrutar de la vida antes del sacrificio de los hijos. Sería un hogar delicioso. Lleno de amor y afecto. Sí. Aquello iba a funcionar. Sí. Sí quiero. Sí a todo.Le encantaban las cosas que ella le decía; le ayudaban desde hacía un año a enfrentarse a la vida. Le daban ánimos. Ella era su mentora, su confindente, su cariño e incluso su amante cibersexual. Sí. Aquello saldría bien. Viajarían a París, a Nueva York, a miles de sitio. A él no le gustaba viajar pero lo haría por ella. Por ella haría cualquier cosa. Sí. Estaba enamorado de una chica que no había visto nunca y que no le había visto nunca a él... pero daba igual. La quería. "El amor está en el interior" y ella sabía ver su interior. Le pidió otra cerveza al camarero con un gesto. Pero antes de que pudiera traerla, la puerta de la coctelería se abrió... ¡Dios! No podía ser. Era ella. Llevaba una flor en el pelo y él tenía un periódico en la mesa como habían acordado. Sintió una irrefrenable tentación de esconderlo pero ella ya lo había visto. Se acercó a él, se miraron... Aquello no podría funcionar. Ella era... ¡una cabra! Sí. Una cabra montañesa. Se quedó frente a él y le miró con sus ojos lechosos. No sabía que decir. Ella parecía también muy sorprendida. ¡Una cabra! Aquello era demasiado. ¿Cómo podía estar enamorado de una cabra? ¿Cómo iba a tener hijos con ella? ¿Cómo lo harían en la cama? ¿Cómo viajarían? ¿Cómo serían sus suegros? La consternación se apropió del momento hasta que la cabra le dijo con voz gangosa: - Hola-
Sus piernas le gritaban: - ¡Corre, huye!- pero su corazón se acordaba de los buenos momentos que habían pasado juntos. Ella se dió cuenta de todo y le dijo:- No esperabas que fuera una cabra, verdad?- Él asintió tímidamente con la cabeza. Ella se entristeció y escondió la mirada. Ahora parecía más un borrego que una cabra. A él le pareció injusto, pero le dijo: - No me dijiste nada....- y ella le contestó:- Tenía miedo de que me rechazaras. - El silencio se apoderó de la situación. Entonces él le dijo:- ¿Por qué no tomamos una copa?- Ella le miró algo asustada, midiendo cada una de las expresiones de su "pareja". Entonces él, conmovido, le dió un beso en la mejilla y le sonrió con su enorme boca. Luego le dijo: - ¿Qué importa que seas una cabra...? Porque a mi no me importa. - Ella le devolvió la sonrisa. Entonces él se lanzó: -¿A ti no te importa que yo sea un hipopótamo, verdad?-

1 comentario:

Anónimo dijo...

ya me acuerdo!

que minirelato más bonicoo