domingo, 24 de enero de 2010

Chikipark - (microrelato)

Cada Domingo, Carlos acompaña a sus hijos y a su esposa al Chiquipark. Cada Domingo, Carlos se desespera en este maldito sitio de colores saturados. Cada Domingo, sentado en una mesa de plástico frente a su mujer sorbe un refresco a base de extractos. Cada Domingo, espera a que los niños se agoten de jugar en el castillo hinchable, el chiqui Gol, los toboganes y la piscina de bolas. Cada Domingo su esposa lee un dominical mientras él se distrae con las migas de un sandwich y suspira por una vida mejor. Cada Domingo, al cabo de unas horas sus hijos le abrazan extenuados y vuelven a casa. Cada Domingo, la angustia de un Lunes traidor corroe su intimidad y le recuerda que su vida no tiene sentido. Cada Domingo, sus hijos y su esposa duermen, pero él no.

Hoy vuelve a ser Domingo y Carlos sabe que no podrá soportar otra tarde en el Chiquipark, pero frente a su oposición, su esposa le recrimina aquello y lo otro y le chantajea emocionalmente de tal manera que Carlos acaba cediendo.
Carlos sorbe su refresco dulzón a base de extractos, su esposa lee la prensa, los niños juegan en las instalaciones. Carlos sabe que esta llegando a su límite. El alboroto de los niños jugando es insoportable, la sonrisa socarrona de su mujer, cuando le mira para pedirle auxilio le recuerda que está solo. La tristeza es infinita. Algo en su cabeza está a punto de estallar (una conexión neuronal quizás) y cuando eso ocurra ya no habrá vuelta atrás.
Carlos centra la mirada en el interior de su bebida azucarada pero la presión es insoportable.
Las cosas han llegado a su límite. Es el fin. Carlos fuera de si se levanta de la mesa. -¡Basta!- Su mujer le mira por encima de la revista, extrañada. Carlos se acerca a la piscina de bolas dónde sus hijos retozan y juegan inocentemente. La presencia amenazadora de Carlos detienen el juego, los niños se dan cuenta de que su padre es un extraño, un desconocido y eso les asusta. Una niña con coletas rompe a llorar. Carlos les mira desafiándoles, se quita la chaqueta, cierra los puños, aprieta los dientes y repentinamente se lanza a la piscina multicolor. Cuando el cuerpo de Carlos entra en la piscina, las bolas salen disparadas por todos los lados y Carlos queda espatarrado, levemente enterrado por las esferas de colores. Hay un silencio. Sus hijos le miran con la boca abierta, no dan crédito. Los otros niños se quedan inmóviles, sin habla. Carlos se levanta eufórico y grita: -¡Venga! ¡Juguemos todos, joder! ¡¡¡¡Juguemos todos!!!!!

1 comentario:

Jo Grass dijo...

Genial darling, no sabes como el tal Carlos me ha recordado a mi misma. Afortunadamente a mi hija ya se le ha pasado la edad del chikipark!!!