lunes, 24 de junio de 2013

La sonrisa de la patinadora


Cuando la tristeza transparente que llevo dentro crece
y es mucho más grande que el volumen de mi cuerpo
brota por las orejas, por la nariz, por los lágrimales,
por la boca, por los poros, por cada uno de los agujeros de mi cuerpo
en una diarrea o en un vomito de amargura incontrolable.

Cuando la tristeza transparente inunda mi casa como una riada,
arrasa con los muebles, los discos y las fútiles pertenencias,
se enreda con mis alfombras, con mis apliques y serpentea
en una cascada que se derrama a la calle por las ventanas
y empuja a los coches y a los peatones hasta al fondo de las cloacas

es entonces
cuando

sonrío como las patinadoras sobre el hielo en una pirueta brutal.

Me mantengo en vilo, tenso como la nota de un violinista en el borde de un precipicio,
estoy atento al espectáculo y enseño mis dientes de plástico
aparentando la alegría del artista de la pista
que entre fuego y cuchillos, a lomo de un caballo,
sonríe sin parar.

No me vas a ver llorar.

Pienso seguir disimulando, como todos, para que la foto sea bonita,
para que la melodía de mi silbido te haga bailar
y eso me contagie una inmensa felicidad.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Te quiero