lunes, 20 de octubre de 2008

el mosquito en el ambar

Paso un día encerrado en una habitación de hotel llena de fantasmas.
Un cuchitril cutre con las paredes de color salmón, los muebles de un gusto pésimo y empalagoso; un dormitorio encerrado, distante, con ventanas de frío aluminio que apenas dejan ver un patio interior; cuadros de paisajes hivernales que no transmiten más que la zozobra del cansancio; lámparas de color caqui que proyectan la luz de la depresión; colchas que pican sábanas de cartón y almohadas de ladrillo.
Esta habitación no es trigo limpio, en su interior se puede oler y morder la angustia igual que en una casa se huele la cebolla cuando han cocinado sopa.
Las habitaciones, las cosas, desprenden sentimientos: Esa silla divertida, esa mesa risueña o al contrario ese objeto de decoración del todo a cien que nos pone los pelos de punta.
Entre esas cuatro paredes no hay ningún objeto feliz.
Cuando me despierto por la mañana, con la clarividencia que me da estar entre el sueño y la realidad, a mi lado, una manta reposa encima de la cama y me parece una anciana retorciéndose de dolor. Su frágil cuerpo es una figura estática enrollada como un ovillo. Una moribunda en los últimos estertores de la vida. Asustado como un niño que ve por la noche las formas de sus pesadillas en la puerta de su armario intento enfocar la imagen pero sigo vislumbrando la esquelética figura del dolor.
Los espíritus de las cosas se introducen en en los objetos, les dan forma, ayudados por la luz cambiante y su antagónico mundo de las sombras.
Por eso que los ex amantes tiran las cosas que les regalo su ex amada para no encontrar en ellas los fantasmas de su relación. Algunos objetos nos acompañan toda la vida porque nos hacen compañía y otros desaparecen sin que nos demos ni cuenta. De noche, en las casas, se escuchan extraños ruidos rebotando en las esquinas, a veces las estancias huelen a cerrado, las paredes se nos caen encima, tenemos que cambiar un sofá de sitio para sentirnos mejor....
En esta habitación el dolor y el mal se han quedado impregnados en la aspera moqueta, congelados en la naftalina de los armarios, en los recovecos de lejía del baño, igual que los viejos amores se encostran en el corazón y le dan forma. El dolor de algún tiempo pasado; quizás la muerte dolorosa de una anciana, se ha convertido en la forma y espíritu de la más fúnebre y congojante habitación en la que me haya encontrado núnca.

2 comentarios:

S.I. dijo...

joder!!!! quin malson, déu meu!! pobret, mai més et deixo sol, quin horror d'habitació... per cert, tens massa imaginació!! lo de l'àvia retorçant-se de dolor és super bèstia de lo real que sembla..

Anónimo dijo...

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