jueves, 2 de julio de 2009

¡CRASH!

Las luces estroboscópicas giran incesantemente. La música suena con fuerza. Estruendosos compases de bombo ochentero y melodías italo-disco a granel: - "Me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco poco a poco."-
Los gitanillos esperan sentados a un lado de la pista de metal. Sólo tienen dos cosas que hacer: Matar a algún pardillo que se le ocurra cruzarse con su camino; y dos, cruzarse con algún pardillo para matarle por el camino.
Una oronda taquillera desganada me escupe un par de fichas a cambio de toda mi semanada. Las piernas me tiemblan y algunos quillos ocupan sus posiciones...
Como no podía ser de otra maneran en esta historia hay una chica. Una chica de belleza bestial. La promesa de un mundo salvaje, lleno de aventuras y amor. Ella se codea con la flora y nata del quillerio nacional. Ella es la responsable de que los salvajes cometan las atrocidades más feroces. Ella es la culpable de que todos estemos allí dando lo mejor de nosotros. Su sonrisa es el premio. Un premio que solamente consigue el máximo ganador. El único superviviente. El macho alfa.
Tuve la desgracia de nacer en una familia cristiana, apostólica y romana. Clase media acomodada y subnormalizada por el trabajo y el dinero. Aqui y ahora, en un auto choque de feria, soy el máximo perdedor. No llevo tatuajes, mi piel es blanca como el protector solar que mi madre se ha encarga de untarme cada día que vamos a la playa, no llevo dientes de oro, ni chapas ni collares. Soy un burgués enclenque y cobarde, criado entre algodónes de azúcar y jarabes para la tos. Maldigo mi raza por no ser siquiera una raza. Maldigo mi árbol genealógico por crecer en un jardincito de flores. Ahora necesito furia, nervio, duende y una navaja cabritera.... pero en cambio sólo tengo miedo y unas inmensas ganas de volver a casa a jugar con mis juguetes. La chica salvaje no me mira. Los chicos salvajes no paran de mirarme; han escogido la presa y voy a morir ametrallado por sus autos de choque. Pero yo he venido aquí a luchar y a llevarme mi premio, aunque me cueste la vida.
Intento no pensar en el peligro. Sueño con tunear mi propio auto de choque: Fuego purpura , calaveras que lanzan puñales por lo ojos, un volante con piel de serpiente, alerones plateados y un spoiler cromado que advierte a los incautos de que van a morir.
Como en Mauthausen, suena una sirena y empieza la conducción.
Golpes certeros, golpes frontales prohibidos desde que se invento la feria; golpes bajos, golpes demasiado fuertes, golpes de pánico y golpes de ridículo. Ganas de llorar y escapar. ¡Dios! ¡Jesusito! ¿Mama? Tengo que ser fuerte. Los quinquis me aprisionan y se burlan de mí. Me cosen a golpes. Me quedo bloqueado en una esquina y algunos me escupen desde sus coches. Se cachondean, me señalan y me humillan. La chica me mira de reojo y se ríe con mis verdugos.
Suena la sirena. Y escapó del maldito lugar. Debería estar contento. Sigo vivo y no me persiguen.
Camino a toda prisa hacía mi casa. Respiró fuerte, aprieto los dientes, aprieto el culo y aprieto el corazón. Pero sobretodo, con fuerza desesperada, aprieto dentro de mi bolsillo, la ficha que aún me queda por gastar.

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