miércoles, 19 de mayo de 2010

BMW

El sueño es muy real. Estoy en un prado verde, de proporciones gigantescas, vestido de traje de faralaes. En mi mano derecha llevo un cubo de Rubik y en la izquierda, Pipo, el osito de peluche que dormía conmigo en mi infancia, el muy maldito, insiste en roerme los dedos hasta los huesos. A lo lejos, casi cegado por el sol, entre la hierba mecida por el viento, vislumbro la elegante silueta de una misteriosa chica. Me acerco corriendo con grandes dificultades, las botas de buzo que llevo puestas no facilitan nada la carrera, y angustiado la pierdo de vista. Al poco, oigo su risa en otra dirección, la veo a lo lejos, corro tras ella como un poseso arrastrando el plomo con todas mis fuerzas y cuando estoy a punto de darle alcance, vuelve a desaparecer. Ahora estoy en una playa salvaje. Las olas rompen violentadas contra la orilla. Un grupo de cobayas arlequines surfean de maravilla, mientras el Inspector Gadget les hace fotos. Otra vez, advierto a lo lejos la figura danzante de la chica. Su ropa ondea al viento, dibujando volutas barrocas. Me acerco por la espalda y ella se gira. Es la chica de mis sueños. Su cara es una combinación letal de mujeres adorables. En ella reconozco la cara de mi propio ser femenino, a mi madre y a mis amantes junto con las caras de todas las mujeres que he deseado. Todo equilibrado en un rostro imposible de recordar. Aunque por un momento creo verla idéntica a Raffaella Carrà. ¡Joder con mi subconsciente! Pipo, el osito de mi infancia, me muerde con todas sus fuerzas, así que lo lanzo al suelo y le piso la cabeza hasta que su relleno de goma espuma y macarrones de menú escolar se esparcen por el suelo. La chica de mis sueños coge mi cubo de Rubik, le da tres vueltas y me lo devuelve. Ahora el cubo es todo de color rosa-fucsia-flúor. Un color que nunca había visto antes. Mientras me conmuevo hasta el llanto con su demostración, ella me coge de la mano y me arrastra disparado por un bosque de lencería hasta un espiral de lenguas y lentejuelas doradas. Finalmente llegamos a una carretera donde se encuentra un coche aparcado. Un coche precioso. Entramos dentro. Es confortable y huele a nuevo.
Ella, se acerca y me besa dulcemente. Su beso me produce sensaciones que pensaba que había olvidado. Es infantil y a la vez obsceno, una mezcla de los besos que he adorado y de los besos que nunca me han dado. Me enamoro absolutamente. Me da las llaves del coche, le doy al contacto, el coche ronronea y arranca suavemente. Conduzco con facilidad, deslizándome por la carretera como el rocío por la cara de una hoja, o la mano de una madre en la espalda de su bebé o la lengua caliente por la nalgas de una virgen, o la maleable mantequilla por encima de una tostada... Entregado, a las metáforas de baja estofa, me siento feliz. ¡Qué digo? ¡Soy feliz! Ella me habla por primera vez: - Nuevo BMW 320d. Disfruta de sus 163 caballos de potencia con un consumo promedio de 4,1 litros cada 100 kilómetros desde 30.400 euros o por 275 euros al mes.- Me quedo pasmado. ¿Qué está diciendo? Ella me inyecta su mirada y dice: -¿Te gusta conducir? -
De repente, despierto. Estoy en la cama, en mi habitación, bautizado de sudor. Miro el reloj, son las 5 de la mañana. Mi corazón palpita a puñetazos. Aprieto mis sienes y sacudo la cabeza. ¡Maldita publicidad! ¡Hijos de puta! Alguien a vuelto a colar un anuncio en mis sueños. ¿Será posible?

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