martes, 4 de mayo de 2010

S.O.S.


Caigo al vacío a trescientos kilómetros por hora, la fricción es tan fuerte que se me calienta la piel al rojo vivo. El suelo se acerca a toda velocidad junto la inevitable certeza de que voy a morir reventado en mil pedazos. Le rezo a los dioses en los que no creo, le pido a la satírica suerte que se compadezca de mí, cierro los ojos y en mi oscuridad maldigo a Satán y a sus viles seguidores, cruzo los dedos y pido con afónicos gritos: ¡Clemencia! ¡Clemencia! Da igual. Voy a morir.
Exactamente un segundo antes de estamparme contra el suelo ( no entiendo porque no ha sido un poco antes) una luz Mariana corta en dos: el cielo y las nubes, y cual milagro de postal evangélica, puedo asirme a algo. Desesperado, como un perro a un hueso, me agarro con fuerza a mi salvación, borracho de adrenalina.
Pasado un tiempo todo se calma y llega la paz. Ahora, lloriqueo agazapado a la vida y me doy cuenta de que tú eres mi salvación. Me sonríes y me aferro con fuerza a tu culo redondo porque en ello me va la vida.

1 comentario:

M dijo...

que bonico eres. :)